Randle está alegre en la fría, aunque estos días calurosa Minnesota. Tanto como para pronunciar que «hacía tiempo que no me sentía tan feliz». Como se ha ejemplificado, un mensaje similar al que se escucha en muchas bocas a pocos días de iniciar el training camp. Pero cuyo peso es real.
Y lo es porque hace poco más de un año, Julius Randle pasó por el peor momento de su etapa deportiva. Uno que le sumió en la soledad y la depresión. «Solo pasaba horas en una habitación oscura viendo la televisión. Escondiéndome», mientras su esposa Kendra y su hijo Kyden no reconocían a Julius.
Randle llegó a aquel estado por verse fuera de la dinámica de unos New York Knicks que estaban enamorando a la Gran Manzana. Su lesión de hombro le apartó cuando el conjunto neoyorquino comenzó a coger vuelo en enero y, de repente se vio fuera, consumido por un ruido mediático que no suele ayudar. El interior ya había tenido sus más y sus menos con afición y prensa durante su segundo curso en la franquicia, pero ahora la situación lo había hecho insoportable.
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